El 10 de diciembre, como cada año coincidiendo con la muerte de Alfred Nobel, se entregan los famosos premios que llevan su nombre.
Que cada uno puede aportar su granito de arena para la transformación del mundo en un lugar mejor, suena aún menos utópico estos días, desde el fallo del Premio Nobel de Economía a un grupo de expertos que luchan contra la pobreza a través de una metodología experimental.
No ha sido un camino fácil, como no suele serlo el de las historias de éxito, de las que nos llegan solamente los finales felices. Han sido bastantes los obstáculos, las críticas y los fracasos que este trío de economistas utópicos ha superado hasta llegar a este reconocimiento y hasta demostrar que el cambio es posible.
Porque estamos acostumbrados a pensar que solo las grandes organizaciones no gubernamentales o las agencias de Naciones Unidas tienen la receta para los males del mundo. Y, por ende, a pensar que solo quienes trabajan en el sector social tienen responsabilidad y capacidad para cambiar las cosas. Siempre se alzan voces detractoras y se critica un supuesto intrusismo de quienes se acercan a lo social desde otros sectores. Sin embargo, es cada vez más obvio y patente que, por ejemplo, la economía al servicio de las personas puede ser un arma radicalmente transformadora, como demuestra el enfoque de los ganadores del Nobel de este año.
De ahí la importancia de este premio, que es un recordatorio a toda la sociedad del enorme potencial de nuestras acciones, desde cualquiera que sea nuestro sector profesional. No solamente los cargos políticos, académicos, sanitarios o educativos impactan en vidas, historias y en el bien común. En cualquier ámbito, por poco obvio que parezca; incluso en el de las decisiones del día a día, hay lugar para el impacto, la lucha por la justicia social y la transformación.
Sin miedo. Ensayo–error. Y así una vez tras otra, con decisión y, sobre todo, con esperanza. Ensayo–error de nuevo, hasta dar con la solución final. Y no la perfecta, sino la más adecuada y la mejor de las posibles. Poniendo los dones, cualesquiera que sean, a rendir. Que a cada uno y cada una de nosotros nos corresponde en todo amar y servir, desde donde estemos.