Ya ha pasado un poco más de un año desde que comenzó este viaje como ‘compañero de Jesús’. La mirada hacia atrás, cargada de nuevas experiencias y una relectura que busca ser fermento de esperanza para el futuro, hacen que estas líneas surjan como un recuerdo agradecido de tanto bien recibido. Y animen a otros a confiar en sus elecciones y caminos de vida, confiando únicamente en el deseo más profundo que los movió a su elección. Deseo que con ‘ojo de creyente’, sabe y siente que habita Dios y su amor encarnado.
Fugaz y profundo
el río desemboca en el mar
en cuestión de segundos.
¿Se da cuenta el río que es mar?
¿Agradece el mar las aguas?
Entro al mar.
A navegar sin ser marinero.
Mis velas desajustadas hacen tambalear la barca.
Temo.
Atrás quedan las riveras que hacen compañía.
La soledad silba a mí alrededor.
Hasta que… ¡Sorpresa!
Velas de otras direcciones
sorprenden a mi navío.
Acolchan mi silencio,
ajustan mis velas
Confío.
El resto no es otra cosa más que esta última palabra: Confiar.
Confiar que me hago mar
sin dejar de ser río.
Confiar en el horizonte como un regalo
que abraza al levantar la mirada.
Confiar en quién da el regalo,
en quién nos lleva al mar,
en el viento que nos mueve…
¿A caso no está en la brisa suave?
¿A caso no en el silencio de este viaje?
¿A caso no en la presencia de otros navegantes?
El tiempo entonces es la respuesta. Para darme cuenta, que silencios, compañeros, llantos y alegrías, pasan y nos envían. Pero el horizonte sigue ahí; abrazándome la mirada y con ella la vida entera.