Todo el mundo sabe qué es la sed. Más de una vez la hemos tenido y no tenerla significa estar muerto. Esta necesidad que nos acomuna a todos, que nos iguala a todos, sirve para tocar otra realidad más honda y que nos puede golpear también a todos, la de una sed que no se apaga, la de la insatisfacción.

La insatisfacción es una cosa un poco pegajosa. Como la toques ya no te la despegas de los dedos. La insatisfacción es escurridiza. A veces ni siquiera sabemos por qué estamos insatisfechos, pero el hecho es que lo estamos, como si tuviéramos un agujero dentro, un boquete en el alma por el que se nos escapa lo bueno, lo valioso, lo bello, que no nos deja estar contentos con nada, que nos obliga a aceptar cualquier propuesta de plan (atiborrando nuestras agendas hasta el agobio o la mentira), de conversación (contestando sin parar al móvil mientras paseamos con otra persona), de entorno (porque nos creemos imprescindibles en siete sitios a la vez), incluso de persona en quien confiar (porque, a pesar de todo, no nos entregamos a nadie por entero)… 

La insatisfacción también es ambigua. Hay quien, padeciéndola, la confunde con la ilusión de estar constantemente estimulado y productivo, siempre a tono, sacando el máximo de cada situación, exprimiendo todo a tope, mientras que en realidad se trata de una forma disimulada de ansiedad y de engaño del mercado. La insatisfacción no produce nada y lo quiere todo. Y mientras más y más aprisa cambiamos, acumulamos y tapamos, mientras “más” queremos, “más” insatisfechos estamos.

Una samaritana sedienta se encontró una vez con Jesús junto a un pozo. La ayudó a hacer verdad en su vida, desenmascarando su insatisfacción (muchos maridos, ningún marido, muchos amores, ningún amor) y ella acabó arrumbando el cántaro en el suelo. “Si alguien tiene sed, que venga a mí y beba” (Jn 7, 37). La voz de Jesús sigue resonando desde entonces en la historia, en nuestra historia. No deja indiferente a ningún insatisfecho, a ninguno de los que “quieren más y más”, desencadenando en cada uno la lucha entre la adhesión y el rechazo, la fe y la incredulidad, el amor y la indignación, la acogida y la violencia, entre beber y vivir o morir reseco

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PastoralSJ
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