Un grupo de 19 multimillonarios norteamericanos acaba de firmar una carta abierta en la que piden aumentar los impuestos para las superfortunas. Entre los magnates se encuentran el cofundador de Facebook o la heredera de Disney. Sostienen la necesidad de una responsabilidad ética, moral y económica que pueda implementar la inversión en salud, cambio climático o infraestructuras y así poder reducir la desigualdad social. Hay varias motivaciones de fondo, desde el patriotismo y la filantropía hasta la estrategia y el lavado de imagen y de conciencia –y aquí cada uno se quedará con la versión que más le interese–.
Y es que la desigualdad es un problema latente en muchos lugares del mundo del que poco se habla, llevando a las sociedades a dividirse silenciosamente hasta que el paso de los años evidencia que existen dos grupos conviviendo en el mismo espacio con diferencias abismales. Personas que ven cómo sus posibilidades se multiplican rápidamente, mientras que otros sienten que lo tienen más difícil que sus padres. Basta con pasear de un barrio a otro en cualquiera de nuestras ciudades para comprobar que no todo es cuestión de mérito y que esta brecha va en aumento desde el comienzo de la crisis sin indicios de disminuir.
No se trata de plantear un igualitarismo ingenuo, porque esto es un ideal –cualquier grupo humano crea consciente o inconscientemente sus métodos de segregación–. Pasa por recordarnos que aspiramos a tener los mismos derechos y oportunidades y es tarea de cada uno poner los medios para apoyar a los que menos tienen. O, dicho de otro modo, nuestra conciencia no puede estar tranquila al ver cómo en nuestras sociedades nos polarizamos en ciudadanos de primera y de segunda. También está el no juzgar a las personas por el número de cifras en la cuenta del banco porque siempre se nos escaparan incógnitas en la ecuación. Curiosamente algunos de los mayores beneficiarios de este problema no son solo los ricos, sino algunos grupos políticos. Pues siempre será más fácil insinuar para algunos que el pobre es vago y delincuente y, para otros, que el rico es corrupto y deshonesto. Y esto da votos.
Más allá de los matices y la complejidad de las medidas –algunas de ellas se pueden volver contraproducentes– urgen propuestas que impliquen responsabilidad con la totalidad. Lo contrario nos llevará a vivir en ciudades esquizofrénicas –la ciencia ficción lo explica muy bien– sumiéndonos a todos en la desconfianza y en el reproche continuo. Si no es por Evangelio, al menos que sea por justicia.