El verano de Somerset fue muy generoso con nosotros, y el tiempo resultó buenísimo, pero aquello no deja de ser Inglaterra y antes o después vienen las borrascas. Cuando llegó aquella, aprovechamos para ver Toy Story 3 en familia y el ver la película tuvo un efecto positivo y muchos otros inesperados, quién lo iba a decir.

Las niñas aprendieron el significado del verbo «donar», y a sus oídos poco acostumbrados a estas solemnidades les resultó una forma muy intensa de nombrar el desprendimiento de algo, en medio de bonitas puestas de sol, con la luz del atardecer bañando los apacibles jardines rodeados de cercas de madera. Lejos de casa, felices con lo poco que habían llevado, tomaron una decisión: cuando volviésemos a casa, revisarían El Baúl. El Baúl. Azul, forrado de tela, está en el salón, lleno de los muñecos de diferentes procedencias que han ido acumulando. Algunos fueron brevemente favoritos antes de ser príncipes destronados, otros apenas gozaron de algunas tardes de gloria, pero todos tienen nombre y su pequeña historia. Decidieron elegir unos cuantos, y donarlos. Una enorme decisión, que acometieron con mucha reflexión y conciencia de la importancia del momento. No fue nada fácil, porque con cada muñeco que surgía de las entrañas del Baúl surgía también su historia, larga o corta, su nombre y la circunstancia en la que llegó a sus vidas. Después de mucho pensarlo, la tapa se cerró sobre los elegidos para quedarse y los otros pasaron a una caja. La cerramos, y decidimos llevarla a la parroquia. A medida que se acercaba el día, las niñas iban dudando más y más, replanteándose la decisión una y otra vez, especialmente en referencia a un muñeco en particular. De camino hacia la parroquia las dudas se multiplicaron y al volver a casa hablaron sin parar, haciéndose las valientes pero con el corazón oprimido. Fingían sentirse contentas por su buena obra, pero en sus ojos había más angustia por la separación que alegría por su generosidad. Por la noche, antes de dormirse, me preguntaron: «¿Estarán bien? ¿Les cuidarán bien? Han sido parte de nuestras vidas» Yo les dije alguna cosa, no recuerdo qué, y se durmieron suspirando, seguras de que yo no entendía por lo que estaban pasando. No volvieron a mencionar el tema.

Pero quiso la casualidad que un tiempo después viésemos en el parque a un niño con un pantalón corto azul y una camiseta blanca que le venía grande jugando con el muñeco que les había causado tantas dudas. Tampoco dijeron nada, pero no le quitaron ojo en todo el tiempo que estuvimos allí. Por la noche, mientras les leía un cuento, noté que no me estaban escuchando. La pequeña miró al techo, suspiró, y antes de darse la vuelta y arrebujarse entre las sábanas dijo «bueno, parecía que estaba contento». Cuando, antes de acostarme, volví a entrar en la habitación a ver si estaban bien las encontré a cada una en su cama pero tomadas de la mano, como si hubiesen querido buscar algún consuelo la una en la otra. A lo mejor me lo imaginé, pero me pareció que sonreían levemente y que irradiaban una suave luz. Y es que a veces hay que morir un poco.

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