Uno de los momentos más especiales de este año fue cuando nos desconfinaron y pude ir a visitar a quien era mi pareja en aquel momento a su ciudad natal. Como quería evitar el transporte público opté por conducir yo misma hasta allí. Después de haber pasado el confinamiento en casa de mis padres, sin prácticamente hacer otra cosa que estudiar, por primera vez, tenía tres horas enteras para mí. Sola, sin apuntes. Además, estaba haciendo una de las cosas que más me gustan en el mundo: conducir. Reconozco que me eché con ganas a la autopista, deseando poner en orden pensamientos que llevaba acumulando durante tres meses.

La verdad es que al haber estado encerrada tanto tiempo estudiando me había obligado a dejar mis preocupaciones a un lado… y lo cierto es que no eran pocas. El hecho de tener tres horas por delante sin pensar en los estudios me aterrorizaba y me emocionaba a partes iguales. Así que aproveché ese tiempo para mirar dentro de mí. Vi que en mi ansia de estudiar y cumplir disciplinadamente mis objetivos habían enterrado muchas cosas en un agujero con un cartel encima que decía «para luego». Bueno, ese luego era ahora.

Soy una persona que pone mejor en orden sus pensamientos sobre el papel, pero dado que estaba conduciendo, lo más parecido era hablar en voz alta, como si alguien estuviera sentado en el asiento del copiloto y le contara mis cosas. Sin ánimo de que se me acuse de conducción temeraria y de descerebrada por hablar sola en mi coche, creo que eso fue lo mejor que pude hacer.

Le hablé de mi pareja. Le conté lo que me gustaba de él y lo que no. Le conté qué iba a decirle cuando le viera después de tantos meses y de qué cosas teníamos pendiente hablar. Estuve haciendo una lista mental durante un buen rato. Hablé de mis estudios. No estaba yo en ese momento demasiado contenta. ¿Era esto lo que tenía que estar haciendo o simplemente no estaba satisfecha porque no había dado con la forma óptima de trabajar, con mi método? Estuve pensando qué podía ir mal y acabé esta conversación con mi Copiloto Invisible con ideas nuevas que probar a la vuelta.

También me senté yo en ese asiento porque, aunque esté conmigo misma siempre, hay cosas que solo salen cuando estás solo y tienes tres horas de carretera a la espalda en una autopista casi vacía. Me recordé los motivos por los que hago las cosas. Volví a mirar mi larga lista de proyectos futuros e ilusiones, solo para recordar que ahí están y que son mi razón para seguir adelante. En esas tres horas traté de prepararme para reencontrarme con alguien a quien amaba y quería estar «guapa» por fuera, pero, sobre todo, por dentro.

Ahora, esto tendría que hacerlo más a menudo, no cada tres meses, me recordó muy acertadamente mi Acompañante. En esas tres horas Dios fue mi copiloto y estuvimos hablando «como un amigo que habla con otro amigo». Porque Él está en las personas que me rodean y dentro de mí misma. Incluso cuando me empeño en no mirarle, Él está. Él alimenta mis deseos y mis ilusiones futuras y me ayuda a avanzar a pesar del miedo y a pesar de no siempre recordar los motivos.

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