Señor del alba y de los caminos sin fronteras,
Tú que siembras tu voz en el viento
y esperas paciente la respuesta de la tierra,
mira este mundo cansado de ruido
y despierta en él el rumor de tu llamada.
Hay corazones dormidos que aún no saben
que los sueñas desde antes del tiempo,
que sus nombres están escritos
en la palma de tus manos heridas,
que su vida tiene forma de don.
Sopla, Espíritu, sobre las aguas turbias,
sobre las ciudades y los pueblos olvidados,
sobre quienes caminan sin rumbo ni sentido.
Haz que tu voz los toque como brisa,
que arda en ellos la ternura de servir,
que sientan que el amor no es deber, sino destino.
Llama, Señor, con mil acentos distintos:
con el canto del río que no se detiene,
con el fuego del pobre que resiste,
con la risa de un niño,
con el llanto de la tierra herida.
Y cuando alguien escuche tu paso leve,
que no tenga miedo de decirte “sí”,
aunque el camino sea incierto,
aunque la noche parezca larga.
Que cada vocación sea como una lámpara encendida,
pequeña pero verdadera,
que ilumine el mundo desde dentro,
donde Tú sigues susurrando:
“Ven y sígueme… todo lo mío es tuyo.”
Amén.