Ante el Descendimiento de Van der Weyden uno siente que el dolor pesa, que no se queda en la cruz, sino que se reparte entre quienes rodean a Jesús. La Virgen se curva como él, compartiendo hasta el último pliegue del sufrimiento. Es un cuadro que nos recuerda que el amor verdadero no abandona, sino que acompaña hasta el final. Y que la fe no consiste en no sufrir, sino en saberse sostenido incluso cuando la vida parece venirse abajo. Allí, en ese gesto de ternura, empieza a nacer la esperanza.




