El asesinato de Charlie Kirk ha revuelto las redes y los medios de comunicación con abyectos mensajes: desde el he had it coming hasta la petición de la cabeza del terrorista. La muerte del activista ha avivado la polarización y la degradación moral que ya se ha convertido en pan de cada día en América. Y, en medio de la confrontación, su viuda, Erika, perdonó públicamente al asesino de su marido ante miles de personas que la contemplaban conmovidos.
Y no voy a mentir: mi primer pensamiento al ver a Kirk destrozada ante miles de personas fue que se trataba de un show más de la tóxica parafernalia política estadounidense. Los últimos años han estado marcados por una enorme violencia política en el gigante americano: desde el asalto al Capitolio en 2022 hasta este atentado, pasando por sucesos como el ataque al marido de Nancy Pelosi o el protagonizado por Luigi Mangione, entre muchos otros. Y ver que se ha normalizado aclamar la violencia por una bandera salda la degeneración intencionada de una sociedad donde se ha decidido profundizar en las fracturas que la recorren.
Sin embargo, pensándolo mejor —sin entrar a juzgar si ella realmente creía lo que estaba diciendo o si eran palabras huecas e hipócritas con intencionalidad política—, la declaración de Erika Kirk podría ser un cambio de patrón en un círculo vicioso que parecía no tener fin. Bien podría haber dado salida al duelo avivando la ira de sus espectadores; pero eligió transmitir el perdón. Pedir piedad hacia el que ha pecado y le ha causado tanto sufrimiento. Sólo de esta forma se puede fomentar el diálogo en una sociedad recorrida por profundas fracturas: con una mirada compasiva por el otro, desde el amor.
En esta cultura de lo viral y del espectáculo, donde lo verdadero no siempre triunfa, un mensaje —nuclear en la fe— se ha abierto camino a través del odio. El Evangelio puede tender puentes entre los polos, pero de ninguna forma debe ser éste el que los separe. Y ojalá estas palabras no se las lleve el viento.
