No hace falta recordar la situación en Gaza, pues la postura de la Santa Sede y de Naciones Unidas es bastante clara, y las imágenes y los datos hablan por sí solos. Igualmente, porque también es contundente el mensaje del Evangelio sobre la opción por los pobres, la violencia o lo que dice Jesús sobre el “ojo por ojo, diente por diente”. Pero soy consciente de la polémica de este tema y que hay ciertos cabos sueltos en estas protestas en La Vuelta donde más de uno frunce el ceño, y hace falta ver los grises. Está, por ejemplo, el agravio comparativo -y también silencio cómplice- con respecto a otras causas, el sesgo ideológico de «hunos» y «hotros», la ambigüedad de nuestros políticos y el rédito electoral y económico que sacan con todo esto, el blanqueamiento de regímenes a través del patrocinio deportivo, el peligro para los ciclistas que se ganan el pan de sus hijos y la impotencia por la falta de cauces vinculantes de protesta en nuestra sociedad ante lo que no funciona en nuestro mundo.
No obstante, asumiendo que es un problema complejo, conviene distinguir planos, y uno de ellos es la utilización del deporte como medio de protesta. Aunque haya un gran componente de espectáculo en La Vuelta y conlleve bastante ruido mediático, el deporte es uno de los pocos cauces de diálogo que puede poner en el mismo lugar a enemigos acérrimos. Somete a todos los participantes a unas reglas que no son las de las armas, y de esta forma quizás lleguen a ser tan solo rivales. Y creo que es tan profético como milagroso crear espacios donde países distintos -y también enfrentados- puedan mirarse a la cara sin tener necesariamente que odiarse. Por eso considero, en mi humilde opinión, que quizás querer excluir a un equipo de una competición deportiva o cultural por las atrocidades de su gobierno es siempre una oportunidad perdida -sea Israel, Rusia, Marruecos, China, EE.UU. o quién sea-, porque pesa más la cultura de la cancelación levantando muros que una sana visión del deporte, que debe trascender estas diferencias. Al fin y al cabo, estás queriendo dejar fuera a un colectivo arbitrariamente en base a un lugar de origen, y eso siempre es peligroso.
La cultura, la religión y el deporte tienen ejemplos de lo que ocurre cuando la ideología entra de lleno, pues la política no suele pagar favores. Y aquí vemos cómo la gente lejos de pensar en el dolor de tantas personas de Oriente Próximo se ve obligada a tener que opinar sin saber muy bien qué decir teniendo que medir cada palabra. Y en este campo las ideologías dividen a la sociedad, y por tanto se llevan el gato al agua, ya estén a favor o en contra o sean muy legítimas las causas.
Basta ya de comprender el deporte como un mero espectáculo y fomentemos un deporte donde todos quepan, también el que piensa distinto, porque eso es lo meritorio. De lo contrario gana el “ojo por ojo, diente por diente”, y así nos quedamos ciegos, y quizás también sordos.



