Una vez alguien me dijo, «en un concierto más lo importante es cómo empiezas y cómo acabas, es con lo que se queda la gente. Un buen final marca la diferencia.»
…y la vida del mundo futuro. Estas son las palabras finales del Credo en el contexto de lo que esperamos. Pero ¿qué es concretamente la vida del mundo futuro? ¿Cómo es, exactamente, esa vida? Desde una perspectiva más serena y tranquila llegamos a atisbar que tal vez lo más importante no es la respuesta sino cómo andas el camino que te lleva a descubrirla. La imagen que tengamos de esta «vida futura» no es un simple decorado escatológico, sino más bien un horizonte que transforma nuestro modo de vivir. Es esa vida donde cada rostro es reconocido, donde nadie queda fuera, donde el amor no tiene fisuras… Así pues, «la vida del mundo futuro» moldea el modo en que elegimos vivir el presente. Por eso es tan importante y por eso marca la diferencia en nuestra existencia.
Amor, justicia y esperanza son las tres señales que nos ayudan a recorrer el camino hacia el mundo futuro, hacia la vida plena. Tres señales que guían los pasos de los que queremos construir aquí y ahora la promesa del Reino. Tres señales que nos recuerdan el sentido de nuestra existencia, lo profundo de nuestra vocación cristiana, y la respuesta del seguimiento al que nos reconocemos invitados e invitadas.
El amor que se practica construyendo vínculos de fraternidad, gestos de perdón, y muestras de gratuidad (Mt 25,34-40). La justicia como modo de relación humana: recuperando dignidades, dibujando la inclusión, practicando la equidad (Lc 19, 5-9). La esperanza que anuncia la anticipación del Reino, porque lo que cambia hoy nos permite vislumbrar lo que será mañana. Porque creer en el mundo futuro es vivir el presente con esperanza (Lc 4,18-19).
Y así, «y la vida del mundo futuro» no es una coletilla final del Credo, sino que se convierte en toda una declaración de intenciones, radical y comunitaria, que nos lanza a vivir el presente como profecía del Reino.