Es curioso que algo que a priori parece tan sencillo y natural como escuchar, hoy en día esté considerado una habilidad social.
Es muy identificable esa persona en nuestras vidas que sabe escuchar, ya que seguramente sea la primera persona en la que pensamos cuando necesitamos contar algo que nos preocupa.
Quizá me equivoque, pero apuesto a que esa persona la tenemos como un lugar especial en nuestra vida. Un lugar de acogida y consuelo, donde no tenemos ningún temor a ser juzgados y sentimos total libertad para expresarnos.
Porque escuchar implica tal grado de generosidad que la gran mayoría no somos conscientes de ello. Cuando hablo de generosidad me refiero a no imponer nuestra visión del mundo ni dar consejos sin ser solicitados; a dar espacio para que el otro se exprese, ofreciendo nuestra presencia como refugio donde puedan encontrar sus propias respuestas.
Escuchar es guiar, y guiar no significa solucionar nada, sino acompañar. Para lo bueno y para lo malo, para las desgracias y las alegrías. Escuchar, es uno de los actos de amor más grandes que hay en este mundo.
Tengamos una muestra de agradecimiento con todos aquellos que, como decía Jesús, lo dejan todo y se ponen al servicio de los demás.