¿Cuántas veces habremos pronunciado esa frase para captar la atención de alguien? Queremos que nos mire. Le insistimos, a veces como una orden, otras como un reclamo y algunas como una súplica: «Escucha que te diga una cosa».
Cuando vas a cursos de liderazgo te dicen que una de las características de un buen líder es la escucha empática. Atendiendo al estricto significado de la palabra empatía («sentimiento de identificación con algo o alguien»), te das cuenta de que la escucha empática es la única escucha posible. ¿Es así nuestra escucha? Cuando decimos que escuchamos, ¿escuchamos a «pecho descubierto»? ¿O escuchamos como el que está escondido detrás de una mata, al acecho? ¿Escucho el mensaje en su totalidad, o interrumpo si hay algo que no me ha sonado bien?
Escuchar es un ejercicio de riesgo, es un «exponerte a lo que venga» porque a saber por dónde te va a salir el otro. Pero me he dado cuenta de que gano más que pierdo cuando me bajo del ring de boxeo, disminuyo revoluciones y abro las orejas y el entendimiento como quien despliega una parabólica que le permita captar todas las señales. En esa apertura, en ese desprendimiento del «Yo y mis temores», se da una sana curiosidad que no busca en el otro atraparle en un renuncio, sino conectar con él, traspasar sus palabras para captar las emociones que van adosadas a ellas, las circunstancias que le mueven a decir lo que dice, lo que le atraviesa la mente. No me está atacando (esto tengo que repetírmelo muchas veces, para qué engañarnos). Es su visión de las cosas, me está contando lo que le pasa, su mensaje no tiene por qué ser una amenaza.
Reconozco que no siempre hago este ejercicio. Pero cuando lo hago, se enciende ante mí una lucecita, una especie de pequeño faro que me señala otras opciones; que me saca de mi zona de confort y me invita a atravesar todo un mar de posibilidades que no hubieran existido si me quedo en mi orilla, de morros y tapándome las orejas.
Quizás esto de la escucha sea una cuestión de entrenamiento sobre la marcha que se va perfeccionando en su ejercicio. A escuchar se aprende escuchando. Quien lo probó y lo gozó (alguna vez he tenido la oportunidad), lo sabe.