Desde 1989. Casi dan ganas de elogiar la desmemoria. Uno puede imaginar el inmenso hilo de susurros necesario para que la orden de acabar con alguien llegue hasta 2022: «Eh, no te olvides, lo de Rushdie está pendiente». Si las lagunas de la memoria sirven para que se ahoguen en ellas algunas palabras, bienvenidas sean.

En 1989, Hadi Matar, detenido por el ataque a puños y a cuchillo contra Rushdie, tenía menos-nueve años. No conocía, por tanto, a Rushdie, ni a Jomeini, ni sabía lo que era una novela ni una fatwa. Desconocemos si, por estar en su mente, conocía a Dios, pero seguro que no tenía idea de lo que era la blasfemia, ni el pago que algunos decretan por ella. Casi dan ganas de hablar contra las herencias culturales, cuando el paquete que tenemos preparado para los que nacen es este.

El problema sigue sin ser de Dios. Pobre. La cuestión, mientras estemos en este mundo y confiados a nuestra libertad, será siempre la necesaria interpretación de la experiencia religiosa, la del obligado discernimiento de las palabras que «vienen» de Dios. Acoger el momento de silencio –de no saber– de cualquier fe, para saber que Dios no puede dictar el homicidio de su criatura, simplemente porque esta no crea en Él.

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PastoralSJ
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