Fue sorprendente leer los resultados de una estadística que nos decía que los jóvenes creyente españoles no son felices. Llama la atención porque si algún signo tiene que ser característico de los creyentes es, como insiste tanto el Papa Francisco, la alegría.

Esto me lleva a preguntar dónde ponemos la felicidad los cristianos, qué estamos esperando de la vida desde nuestra experiencia cristiana, hacia dónde miramos para poder vivir las cosas que nos van sucediendo, o dónde reside la fuente de la alegría en nuestra vida cuando la miramos desde los ojos de Jesús de Nazaret.

Caminamos siempre con la historia que nos ha tocado vivir. Quizás algún idealista hubiera preferido vivir en la Edad Media o incluso en la época de los primeros cristianos, pero lo cierto es que nos toca vivir en el siglo XXI y eso supone lidiar con todos los problemas que nos encontramos a día de hoy, pero, ¿Somos creyentes resultadistas o somos creyentes esperanzados? ¿basamos nuestra fe en las consecuencias positivas que nos pueda reportar o por el contrario somos capaces de «cargar con la cruz y seguirle»? No quiero decir que la resignación o en sometimiento ingenuo tenga que ser la ruta que tengamos que vivir pero, ciertamente, Jesús fue ejemplo de asumir los costes que suponía anunciar la Buena Noticia en las circunstancias determinadas de su época y de hacerlo con la alegría de saberse y sentirse en las manos de Dios, cumpliendo con su misión, con la vocación.

La felicidad de nuestra fe no depende de las circunstancias. No construimos Reino si el viento nos es favorable o si las condiciones nos aseguran el éxito. Los que hemos recibido la fe, por gracia de Dios, somos enviados a transmitir la Buena Noticia con nuestras palabras, nuestras obras o simplemente con nuestro ejemplo. La felicidad no se basa por el posible éxito o reconocimiento que podamos obtener. Vivir la fe con intensidad y compartirla con los demás son dos trazos que perfilan un camino de felicidad plena. Vivir una fe de manera ambigua o reduccionista nos conduce por caminos cortoplacistas donde la felicidad no sale al paso, donde la alegría se esconde.

Quizás debamos coger el testigo que nos lanzan esas estadísticas y reformular nuestra forma de vivir la fe para redescubrir la fecunda felicidad y esperanza que nos propone y ofrece el seguimiento de Jesús.

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PastoralSJ
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