Con treinta y dos años uno puede hacer muchas cosas en la vida. O no. La historia de Emma Igual se detuvo en esa misma edad, asesinada por el ejército ruso cuando iba en un convoy al rescate de civiles inocentes con la oenegé que ella misma había fundado. No son muchos años y podría considerarse joven, y con bastante razón. Sin embargo, cuando llevas más de diez años entregándote hasta la extenuación y exponiéndote a las bombas en uno de los lugares más cruentos del planeta la edad se vuelve un insignificante relativo.
En estos tiempos, cuando parece que el caos y la crisis se vuelven una constante, cuando la sociedad occidental se anestesia y se hace cada vez más narcisista enredada en problemas menores y cuando pocos deciden dar la vida por una buena causa, es cuando necesitamos gente que se atreva a dar un paso adelante, aun a riesgo de perder la vida. Referentes para jóvenes valientes que no se conforman con vivir a medias, que sienten los dolores de este mundo como propios y que deciden no quedarse de brazos cruzados poniendo sus talentos en juego. Así de simple y así de complicado.
Hay gente que sencillamente vive para sanar las heridas de este mundo, y este es un ejemplo más que invita a la esperanza y que nos recuerda que no todo está perdido. Para el que vive para servir los años se vuelven oportunidad para hacer el bien. Con su vida y con su muerte se abre una puerta a la esperanza, la que dice que con gente como Emma no todo está perdido, pues dar la vida por amor sigue teniendo sentido en Ucrania, en España o allí donde haya mayor necesidad.