Es por todos conocido el día en que celebramos el nacimiento del Hijo de Dios, hasta el punto de ser el punto desde el que contamos los años de nuestra era. Pero, el día del nacimiento de Cristo marca no sólo nuestros años, sino también nuestra fe es porque creemos en que fue el primero que nació de entre los muertos: por su resurrección. Éste fue el hecho que cambió la historia de la humanidad, la historia de la salvación y también la nuestra. De hecho, los discípulos comenzaron a caer en la cuenta de todo lo que había pasado en esos años por los caminos de Galilea, y a darle una importancia y un significado porque creyeron que el Señor había resucitado de veras.
El deseo de Dios de salvar a la humanidad es de tal calibre que, siendo el autor de una creación muy buena (Gn 1, 31), Dios no sólo quiso bajar del cielo a la tierra con su Encarnación para ser el Mesías, sino que bajó hasta lo más profundo de la historia para ser el Señor de la Vida y de la Muerte, para tener las puertas de la muerte y del infierno (Ap 1, 18). Jesucristo, con su Resurrección nos abrió las puertas del Cielo. Durante tres días estuvo rescatando a los justos que permanecían esclavos de la muerte y privados de la posibilidad de la visión de Dios.
Y es que la Resurrección no es una idea platónica de que el alma de Jesús volviera al Cielo después de su muerte. Sino que se trata de un hecho que implica y transfigura su persona entera. La resurrección de Cristo es la prueba evidente de su triunfo sobre el mundo, que queda desde entonces orientado hacia la gloria final del Reino
Aunque hablemos de ella en pasado, la Resurrección es un hecho que implica al tiempo presente. Se trata de algo que pasó de una vez para siempre. Jesucristo -resucitó- y se presentó a muchos que viéndole, creyeron el Él. También a nosotros se nos presenta, con la misma experiencia, aunque creamos sin ver. Pues hoy sentimos que Él hace arder nuestro corazón (Lc 24, 32) y nos abre el entendimiento para comprender y después anunciar a todos que Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6).