Resulta que hoy, 23 de mayo, es el Día Internacional del Primer Beso. Al menos eso decían en la radio, y se confirma en un breve vistazo a las redes. Lo de los «días internacionales de…» es de traca. Tan pronto se hace memoria de algo dramático que exige una voz internacional reivindicativa, como se decide conmemorar algo tan peculiar como esto.

Pero bueno, que no se diga que desde foros eclesiales no hablamos de los besos. Que Dios seguro que también es beso. Y los besos han de ser imagen de ese amor que descubrimos en Él, un amor que no aprisiona, ni exige, ni anula.

Que el primer beso sea una memoria buena, de las que no se olvidan, porque no es robado, ni forzado, ni trampeado. Que en el primero, y los que vengan después, se aprenda a compartir el tiempo, y el cariño, y vayan siendo parte de una historia de amor. Que sea una forma de comunicación, íntima y delicada, y no una forma de egoísmo. Que sea parte de un relato, no solo de un momento fugaz. Un relato escrito con palabras, con gestos de ternura, con actos de generosidad, con sentimientos auténticos, con amor… y con besos.

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