Hace unos días volví a la parroquia donde comenzó mi tiempo de conversión más profunda, con los sacerdotes más establecidos. Después de la pandemia apenas se estaba reestableciendo de nuevo la comunidad con más actividades. Volví a sentir lo que sentía en esos años. Me crucé de nuevo con algunos sacerdotes y algunos vecinos de la comunidad. Me acordé de lo que deseaba en ese entonces: tener una mirada y gestos llenos de amor, amor transparente. Eso me emocionaba, me motivaba.
Los deseos evolucionan, nosotros crecemos, la vida cambia y nosotros también. Sería poco sano y realista sentir, pensar y estar como estábamos hace casi 5 años. Pero hay deseos fundamentales, básicos, originales: ¿qué deseábamos cuando elegimos este camino, a este Camino? Yo me di cuenta que deseaba ser como ellos: amar así a la gente, con tanta ternura genuina, como si Jesús mismo estuviera contigo, sin hacer distinción de estatus o ‘pecados’, porque eso a mí me enamoró de Dios y eso quería yo para otros.
¿Qué deseas profundamente tú? Más allá de un trabajo, un proyecto, un nombramiento o un lugar específico. Y porque seguro, debajo de todo lo que hoy estás buscando, está ese deseo tejiéndolo todo… pero lo habías olvidado, y, recordándolo, te darás cuenta que es por eso que estás en este camino, ¡que vas bien! Pero recordar ese deseo te hará relativizar un poco más algunas cosas que son decorativas: como que te digan “Doctor” o Mánager, que ganes mucho o suficiente dinero, que viajes lejísimos o cerca, o qué piensen de ti quienes no te conocen.