Esta frase hecha puede enfocarse desde una connotación negativa, o al menos denotar cierta inestabilidad. Pero alrededor de la mitad de nuestro planeta vivía al día en su economía familiar antes de que la OMS decretara esta pandemia a finales de febrero, y seguramente serán más, desgraciadamente muchos más, los que tendrán que sobrevivir en el día a día tras el vuelco económico y social que nos ha dado la Covid-19.
Quienes así vivían ya eran conscientes de que la vida no está asegurada, que cada día trae su propio afán y que no hay que construir graneros cuando el trigo recolectado no alcanza a satisfacer las necesidades de cada momento. Para ellos el confinamiento ha supuesto una auténtica disyuntiva de «la bolsa o la vida», que en el fondo es lo mismo que decir «la vida o la vida» pues la bolsa equivale al sustento familiar para cubrir las necesidades básicas (techo, comida y servicios). Es esta la razón para que en muchos casos hayan puesto en riesgo su salud, que en una situación de pandemia es lo mismo que decir la salud de la comunidad.
Pero hay otra forma de entender «vivir al día», probablemente más acorde al tenor de las palabras, y que se hace más entendible cuanto más próximos estamos a la realidad antes descrita, o al menos más queremos afrontar el miedo ante una pandemia desde una visión cristiana.
La vida es un regalo, cada mañana sale el sol sobre justos e injustos de forma gratuita, sin que nada ni nadie nos garantice que eso se vaya a repetir sine die en nuestra existencia. De hecho la muerte, hecho biológico innegable y supuesto teológicamente necesario, es el comienzo de la Vida, con mayúsculas. Vivir al día, en lo espiritual, lo emocional y porque no también en lo material, puede ser una forma de vida de fe basado en el seguimiento de Jesús. Es una muestra de confianza en un Dios-Amor que nos regala cada instante para que cada persona, en la medida de su disponibilidad y talentos, vaya construyendo Reino.
Vivir al día te libera del futuro, que ya vendrá, te hace dar lo mejor de ti en cada momento, no porque sea el último, sino porque es el primero de cada instante, y te hace mirar a la muerte, por Covid o por lo que te vaya a tocar, con una mirada distinta, no atenazante, sin miedo.
El jesuita Díaz-Alegría decía que somos «okupas del Universo», y mientras podamos disfrutar de esa ocupación de la vida, que nuestro estar en el mundo sea para disfrutarlo y devolver tanto Amor recibido. Cada mañana tenemos una nueva oportunidad de hacerlo.