Veintiún días, este es el tiempo que nos lleva a los seres humanos acostumbrarnos a un nuevo hábito. Así lo apuntaba el médico estadounidense Maxwell Maltz en 1960 y así lo reiteran numerosos coaches y psicólogos hoy en día. Cincuenta y seis días son los que llevamos encerrados y en los que he podido reflexionar sobre esta capacidad de adaptación tan asombrosa que profesamos como especie.

Empezamos el confinamiento sin ver luz al final del túnel. No logramos entender cómo se iba a llevar a cabo nuestro trabajo, nuestro ocio y –por qué no–, nuestra fe, a través de YouTube, pantallas y llamadas. No creíamos que fuese posible y nos hemos sorprendido no solo trabajando sino incluso celebrando la Pascua a través de estas mismas pantallas. Lo que antes era reto impregnado de miedo y duda, es hoy nuestra rutina. No obstante, mientras que esta capacidad me resulta admirable y asombrosa, también creo que encierra muchos peligros.

Veíamos un Palacio de Hielo convertido en morgue, cifras aterradoras y cicatrices en las caras de nuestros sanitarios ante lo que nos era imposible permanecer impasibles. El dolor, la desesperación y la miseria humana nos tocaba de cerca y nos removía. Sin embargo, con el paso de los días, nos alejamos de esto. Por inercia y tal vez por ‘supervivencia’ nos acostumbramos al dolor y miramos tanto hacia la tan prometida ‘terraza’ que tendemos a olvidar por lo que hemos pasado. Esta capacidad de olvidar la extrapolo a otras muchas ocasiones en las que me he puesto al servicio de otros, dejándome empapar por su miseria y compartiendo su cruz. Son experiencias de las que he salido transformada, cargada de fuerza y entusiasmo pero de una fuerza que con el tiempo se ha desinflado como un globo y un entusiasmo con fecha de caducidad anticipada.

Ante este arma de doble filo que es el acostumbrarse, creo que tenemos que dedicar tiempo a pasar por el corazón, a recordar y no caer en la rueda del ‘dejarse llevar’ haciendo de esta pandemia y su consiguiente confinamiento otro evento más de nuestras vidas. Tratar de olvidar el sufrimiento es humano pero más humano aún es no dejar que se escape de tu mente todo aquello que al verlo te removió, hizo tambalear tus rutinas y cimientos y te impulsó a hacer algo por el mundo. Todo aquello que te enciende el corazón, que te agita y te despierta, como ha hecho este virus con nosotros, Jesús te invita a agarrarte a ello, a lucharlo y no dejarlo pasar. Porque ahí está Dios, animándote a darte, aunque duela y no sea camino fácil, en cada una de las pandemias que luchamos en nuestro mundo.

Te puede interesar