Probablemente si pensamos en el lugar más seguro de la Tierra se nos ocurra algún búnker de los que poseen los mandatarios más importantes. Los sótanos de la Casa Blanca, el Kremlin… albergarán, probablemente, refugios a prueba de cualquier peligro. Sólidos muros impenetrables y suficientes provisiones para meses, incluso años. El tipo de lugar en que sin duda estamos a salvo de cualquier peligro.
Estar a salvo es un valor al alza, y es necesario. Sin embargo, en el camino para protegernos podemos dejarnos atrás mucho de lo que como sociedad hemos construido. Los búnkeres son excelentes para protegernos, sin duda. Pero no nos olvidemos de que son limitados, y no podemos meter en ellos todo lo que queremos, su capacidad no es infinita. Es por eso que en la respuesta inmediata contra el terrorismo nos aconsejen correr y escondernos en un búnker, un lugar seguro en el que no sufriremos daño físico. Pero no queramos quedarnos a vivir en ese búnker, encerrados, restringiendo nuestra libertad para mayor seguridad, no queramos adaptarnos a vivir encerrados en el miedo.
El principal éxito del terrorismo es implantar el miedo en la sociedad. Si durante la Segunda Guerra Mundial la propaganda británica animaba a mantener la calma y seguir adelante -keep calm and carry on-, mantener unido el espíritu de la nación frente al enemigo, ahora esa misma propaganda se centra en garantizar la seguridad física de los ciudadanos aconsejándoles que corran, se escondan y llamen a la policía -run, hide, tell-. Es comprensible que se adopten medidas para la protección de los ciudadanos. Los ataques, tristemente, son indiscriminados. Pero la propuesta a más largo plazo, que nos ayude a derrotar el terrorismo en su espíritu pasa por seguir adelante, evolucionar como sociedad y crecer juntos. Crecer para ser más libres, no menos, porque unidos tendremos menos miedo.