Hace tiempo que tengo ganas de escribir sobre ellos. Rendirles homenaje. Y esta JMJ me resulta la excusa perfecta. Porque para mí son verdaderos profetas del tercer milenio. Ellos gastan su vida a los cuatro vientos anunciándonos el amor de Dios y representándonos a todos nosotros en sus alabanzas al Cielo. Siento que muchas veces son ellos los puentes que traducen el evangelio con lenguaje cercano, con la creatividad de su música que se abre paso serena y gozosamente desde cada canción al interior de cada uno, ahí donde en cada uno está el sagrario de la presencia de Dios. Y acompañando la obra del Espíritu, hacen brotar respuestas de gratitud, arrepentimiento, adoración, compromiso.
Como auténticos profetas, ellos manifiestan con valentía su fe, su seguimiento de Jesús. Hay que tener coraje, convicción, para asumir la fe en medio de un escenario frente a miles de personas, para asumir la propia vida como testimonio en una realidad que muchas veces es desierto –o incluso rechazo– hacia todo lo que se refiere a Dios. Cuando muchas veces, aun después de toda una vida de cristianismo y de decisiones fuertes por él, da vergüenza colgarse la cruz al cuello, ellos eligen hacer depender su fama del Nombre de Dios.
Tantas veces, escuchándolos pensé en las palabras de los discípulos: «Maestro, enséñanos a rezar». Porque dándole lugar a su música es inevitable no encontrarse rezando, porque te llevan como por un atajo al propio corazón, y al corazón de Dios. Por eso hoy les doy gracias, y les pido profundamente: sigan enseñándonos a rezar, sigan acercándonos a Dios, sigan conmoviéndonos, porque su trabajo nos transforma, nos enciende, nos convoca, nos reúne, acompaña nuestras soledades, nuestras desolaciones, fortalece nuestras batallas, vuelve nuestras alegrías alabanza, sana nuestras heridas con la fuerza tierna de un Espíritu que todo lo cura, rompe nuestros encierros y nos empuja a la solidaridad; porque nos contagia su misma pasión por Jesús, por la Iglesia, por una vida ofrecida desde el propio don puesto al servicio de todos.
Tal vez solo Dios sepa el fondo de sus esfuerzos, de sus desvelos, de sus gargantas quebradas, sus cuerpos agotados. Tal vez sólo Él sepa de sus miedos, sus incertidumbres, sus vértigos, sus fragilidades. Conocemos los entusiasmos y los dramas de los antiguos profetas, probablemente muchos sean también los suyos. Pero que en esos momentos la certeza de tener a tantos de nosotros arriba de sus puentes, y al mismo Profeta –Jesús, música de Dios– glorificado en sus éxitos, y en sus fracasos, sea sentido suficiente para su entrega.
«A ustedes Cristóbal Fones, Athenas y Tobías, Maxi Larghi, Manu López Naón, Pablo Martínez, Jóvenes de la Catedral de San Isidro, Filocalia, Ain Karem, Álvaro Fraile, Siervas, Mariestelí, Jon Carlo, Marisol Carrasco –entre muchísimos más– los llamarán profetas del Altísimo, porque irán delante del Señor para preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación».