A pesar de que uno lea con avidez la prensa cada día, y de diverso signo, resulta curioso cómo algunas noticias pueden pasar desapercibidas. Habitualmente son cuestiones sin mayor transcendencia, de las que quizás se entera uno pasado un tiempo y por cuyo desconocimiento no siente haberse perdido nada. Sin embargo, clama al cielo que haya ciertas noticias que no abran los titulares del telediario ni ocupen las portadas.

El pasado 31 de enero de 2020 ha pasado ya a la historia por tratarse del día en que Reino Unido abandonó la Unión Europea. Puede que haya algún ermitaño residente en una remota isla escocesa o entre los bosques alpinos que no haya oído hablar del Brexit. Dudoso, pero de todo hay en botica, que suele decirse. Ahora bien, muy pocas personas habrán tenido noticia quizás de que en esas mismas fechas el Gobierno de Estados Unidos revocó una ordenanza del 2014 y reintrodujo el uso de las minas antipersona para que su ejército no se vea «en desventaja en situaciones de conflicto». No sé contra cuántos ejércitos puede verse en apuros el estadounidense, pero es difícil pensar que pueda ser frente a alguno del de los más de 160 países que tienen prohibido el uso de un arma tan cruenta.

Se dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Y se hace evidente que también somos capaces de tropezar dos veces con el mismo pecado. Porque con ciertas cuestiones no cabe contemporizar y deben ser llamadas por su nombre. Porque enterrar en los campos minas que cuestan menos que una caña, en países que no tienen dinero para pagar el dineral que cuesta trillar los terrenos y desactivarlas, es pecado. Porque usar en las guerras armas que treinta años después puede seguir mutilando adultos que trabajan sus cultivos o matando niños que corren tras una pelota es pecado. Porque no destinarle ni un minuto en los medios a una noticia así, privando a los ciudadanos de la posibilidad de saltar de su sofá y luchar contra tal inhumanidad, mientras se rellenan minutos de Brexit o impeachment comentando el peinado de sus protagonistas, es pecado.

¿Y qué podemos hacer? Más allá del enfado, movernos. Interesarnos por este tema y cooperar. Ayudarnos quizás de la divulgación en la que acerca de las consecuencias de uso de tales minas trabaja Kike Figaredo, por ejemplo. Pero desde luego, que no nos pillen aquí tropezando con el pecado de la omisión, otra vez.

Te puede interesar