El otro día, como si de otro cualquiera se tratase, decidí asistir a la Eucaristía y cuál fue mi sorpresa que… ¡salí absolutamente renovado! Y es que muchas veces podemos caer en el error de convertir el ir a misa en algo rutinario, olvidándonos de que allí pueden desvelarse claves para nuestra vida.
El evangelio de aquel día me marcó especialmente. Hasta en tres ocasiones Jesús, por medio del sacerdote, nos interpelaba con aquel «¡No tengáis miedo!» que resonaba en mi corazón. Me acordaba también del discurso de san Juan Pablo II donde nos pedía a cada uno de nosotros, jóvenes, que no tuviésemos miedo y que la verdadera respuesta a todos nuestros miedos estaba en Cristo. El mundo está necesitado de personas valientes que estén dispuestas a entregar el 101% por grandes ideales, a pesar de que en ocasiones nos parezca ir contracorriente.
El verano se presenta como un momento donde revisar la vida del curso que ha terminado, para redefinir el rumbo del siguiente… y eso, a veces, genera miedos. Pero todo aquello que merece la pena empieza con un poco de miedo, que sin embargo no debe paralizarnos. Este evangelio se presenta como un verdadero grito a los que tenemos grandes proyectos por iniciar o en curso, pues los cambios no son siempre fáciles y podemos caer en el error de quedarnos en una «felicidad-sofá» de la que el papa Francisco nos ha advertido en numerosas ocasiones.
La JMJ será otro momento importante para muchos jóvenes y la Iglesia entera. Es el momento de hacer lío, de sembrar la semilla del amor en medio del dolor… una revolución absoluta en el mundo ante la que Cristo nos reitera aquel: «¡No tengáis miedo, queridos jóvenes!»