Dice un buen amigo que lo contrario del amor es el cálculo. Tiene toda la razón. Para la gente buena –la mayoría en este planeta– las grandes desviaciones del amor con los demás rara vez son provocadas por el odio o el desprecio. En vez, se deja de amar de verdad cuando entra el cálculo, egoísta, frío y racional, que enseguida mide hasta qué punto hay que dar de uno mismo para obtener un rédito personal en una situación concreta. Así, los paras y los porqués del servicio se tornan en «para quedar bien», «por cumplir», «por hacer un mínimo», «porque toca»…

La nueva aplicación del Ministerio de Igualdad, Me Toca, pretende repartir las tareas domésticas entre los miembros de un hogar de manera metódica, calibrando el tiempo y la naturaleza de cada actividad. Supuestamente de esta forma todos deberían aportar lo mismo, todos iguales y contentos. ¿De verdad?

Por supuesto que se debe aspirar a cierto equilibrio y justicia en la distribución de los quehaceres cotidianos –y cada casa es un mundo, y no deben salir perjudicadas siempre las mismas personas y tenemos que prevenir cualquier abuso, dicho sea de paso– pero su principio y fundamento debe residir en el amor. Una entrega basada en el cronómetro, en cómputos de datos, en sumatorias y en medias aritméticas dista muchísimo de ser entrega genuina; es una antítesis. El abuso y la injusticia no se frenan con cálculos, sino con amor auténtico basado en la comunicación profunda.

 

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