¿Por qué será que nunca parece que el amor sea exactamente correspondido? Todos conocemos historias en las que parece que Cupido, de existir, es un canalla. Luis ama a María, que está coladita por Jorge, que babea por Laura que a su vez bebe los vientos por Alfredo… y así hasta el infinito. Y, como dice una amiga mía, encima tienes que aguantar que el que te gusta –que no te corresponde– te presente a su amigo (que es el que no te gusta), por que a él sí le gustas tú. Incluso cuando hay correspondencia, tampoco es todo recíproco. Las dos medias naranjas no dan una naranja perfecta. En las relaciones siempre hay alguien que apuesta más, o que parece tirar más, y el juego de pasiones, frialdades y afectos es sutil y a ratos turbulento.

Para hacerlo más complejo, esto no ocurre únicamente en las relaciones de pareja, aunque quizás es donde más se nota. También la amistad tiene desproporciones, y hay quien da más de lo que recibe, o quien espera más de lo que encuentra. Y el equilibrio entre la libertad y la dependencia es delicado y a veces fuente de mucha zozobra. Hay quien sufre mucho por esa inadecuación, y vive como fracaso o rechazo el no ser respondido con idéntica entrega de la que pone. Sin embargo las cosas empiezan a cambiar cuando te decides a amar sin cálculo ni estrategia, sin recibo ni minuta. Cuando abrazas la cercanía, pero también aprendes a aceptar las distancias. Cuando amas, pero no impones. Cuando aprendes a acoger la distinta manera de querer de otros, y a respetar su libertad en el camino. Cuando la amistad, y el amor, la das, no lo exiges. Cuando te das cuenta de que las historias compartidas se construyen desde la diferencia, y no hay dos iguales.

Hay quien diría que es imposible, o inhumano, querer así. Que el amor siempre espera vuelta. Que todos buscamos un eco poblado de abrazos o ternura. Pero la verdad es que nosotros somos el eco. Porque hay una voz que nos grita desde dentro palabras infinitas: «No temas, yo te he elegido, te he llamado por tu nombre, eres mío… porque yo te amo» (Is 43). Hay un Dios que nos ama tan incondicional y definitivamente, tal y como somos, que ya nuestra entraña vibra con ese amor. Somos el eco de Dios, el que ama primero.

(PD: El que no exijamos respuesta no quiere decir que no la valoremos, y cuando la encontramos hay que saber cuidarla como un tesoro, que en nuestro mundo ya hay suficiente soledad y sequedades.)

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