Leía anoche cómo los individuos con una narración de sentido tienen más defensas contra la vulnerabilidad social. En mi propio trabajo la gozo al comprobar el efecto que tiene el trabajar la dimensión trascendente y de sentido en el desarrollo integral de la persona, sea cual sea su denominación religiosa. En mi barrio compruebo que no existe forma de trabajar en intervención social si ignoramos las cosmovisiones culturales y religiosas. Y es verdad que hay aspectos de la cultura y la tradición, incluyendo lo religioso, que son enormemente resistentes al cambio. Pero también es igualmente cierto que es la fe, en su capacidad más genuina de fundamentar trascendentalmente la esperanza, la que mueve en positivo a muchas comunidades hacia la transformación social. Es por eso que para muchos expertos los creyentes pueden ser valiosos catalizadores de cambio.
Pues no. La religión frena el desarrollo. Así. Sin matices. Esa era la hondura del análisis de una prometedora charla a la que asistí esta semana. Pues vaya. Yo les invitaría a ir a trabajar en África sin religión o, sin ir tan lejos, venir a nuestra Ventilla. Y me dirán por dónde empiezan, por dónde siguen… y por dónde acaban. Si es que hablamos de personas, claro está. Porque si es por hablar, yo también me lanzo. Total, tan sólo es un tuit: “Bravo @tedxmadrid, vivan las #generalizaciones y los #prejuicios.“