No hay ser humano que no haya tenido que sobreponerse a los obstáculos que le trae la vida. Y es que el mero hecho de vivir conlleva, en no pocas ocasiones, fracaso y sufrimiento. Pero eso no puede ser nunca lo definitivo, toca apretar los puños, sobrepasarlos y seguir adelante.
El deporte enseña a vivir consciente de que se fracasa en muchas cosas que se emprenden, a veces por causa de uno mismo y a veces sin saberse muy bien los porqués… Y aunque son momentos que parece que cuesta sonreír, hay que aprender a asumirlos como parte de la vida: no como una tragedia sino como elemento –y camino– de toda existencia que aspire a cierta plenitud. Porque el fracaso es parte de la limitación que conlleva el no ser dioses, y la felicidad tiene mucho que ver con saberla reconocer y aceptar sin agobio y frustración. Así uno va creciendo en humildad y en humanidad, haciéndose más capaz de aceptar también la limitación ajena y de perdonar.
Vivir con deportividad supone asumir la vida como un gran partido del que uno sólo puede salir contento si sabe que lo ha dado todo haciéndolo lo mejor posible. Porque en la vida casi todas las cosas realmente importantes están cuesta arriba, empezando por la propia felicidad. Y es ahí donde el deporte nos enseña a sobreponernos a las dificultades de perseguir aquello que uno intuye merece la pena, con la confianza de que la verdadera alegría se esconde detrás de ese compromiso sin reservas por aquello que se ama. La cuestión es que, siempre que se ama o que se toma algo en serio se padecen desasosiegos y heridas. El sufrimiento y el amor son caras de una misma moneda.
No se trata de ir buscando sufrimiento, pues la vida ya lo trae de por sí, pero tampoco de huirlo y esconderlo por encima de todo. Es más deportivo y humano desarrollar cierta capacidad de superación ante las dificultades, que intentar vivir –y poner a los nuestros– entre algodones para evitar cualquier golpe o frustración. Así sólo se aumenta el riesgo de traumatizarse ante la realidad que llegue. La vida tiene mucho de batallas y tormentas, y conviene entrenarse para enfrentarlas porque no es el sufrimiento lo que se opone a la felicidad, sino la apatía y la tristeza.