Durante los próximos días muchos de nosotros volveremos a casa tras una larga temporada fuera. A lo mejor hace semanas que no hablamos con miembros de nuestra familia, meses desde la última comida a la que pudimos ir o meses desde aquel último abrazo. Sin embargo, volvemos conocedores de los banquetes que nos esperan y conocedores de que no habrá reproches por no devolver aquella llamada. Volvemos tranquilos porque nos sabemos queridos por aquellos que nos esperan y siempre es fácil volver a unos brazos que esperan con ilusión.

Aún así muchas veces parece que nos dé miedo volver a Dios, nos da miedo volver después de sentir que hemos estado un tiempo alejados de Él. Nos olvidamos de que Él nos amó primero, de que nos está esperando. Pensamos que tras uno de esos periodos el Señor acabará yéndose, cuando en realidad tiene un banquete preparado para aquellos que vuelven a llamar a su puerta. Nos cuesta creer que en el amor del Padre no caben reproches ni reprimendas si no que es un amor sin medidas y misericordioso, listo para ser derramado sobre nosotros.

Por eso, igual este momento de volver a casa, esta Navidad en el que celebramos el nacimiento del Hijo, también puede ser un momento de volver al Padre. Ojalá que no tengamos miedo de dar esos primeros pasos hacia Él, aunque sean de puntillas, pues Él dejará todo para salir corriendo al encuentro entre gritos de alegría y con el corazón lleno de gozo.

 

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