Tras los fallecimientos de Mijaíl Gorbachov e Isabel II de Reino Unido, muchos dan por finalizadas las últimas reminiscencias del siglo XX. La cuestión, sin embargo, no es si hemos definitivamente cerrado ese capítulo, sino si como Humanidad hemos interiorizado las lecciones que esa época nos deja como legado.

El siglo XX supuso, a mi juicio, los cien años más trascendentales para la especie humana. Vivió los episodios más cruentos posibles: las Guerras Mundiales, Hiroshima y Nagasaki, el holocausto, los gulags, la Revolución Cultural de Mao, los Jemeres Rojos, Ruanda… Fue convulso en todos los sentidos, con la caída de los grandes imperios, el auge del comunismo y del fascismo, el proceso descolonizador y el antagonismo de dos bloques divididos bajo la constante amenaza nuclear.

Con todo, las sombras del siglo XX fueron parcialmente iluminadas por sus luces. Fue el tiempo de los grandes proyectos de la mano de líderes carismáticos, empezando por los idealistas 14 puntos de Wilson hasta la reconciliación de un país por Mandela, pasando por el «we shall never surrender» de Churchill, la declaración de Schuman, los sueños de Luther King y Rosa Parks, el «we shall go to the Moon»  de Kennedy, el «no tengáis miedo» de Juan Pablo II y el «tear down this wall» de Reagan. Ellos hicieron que el siglo XX también simbolice la defensa a ultranza de la democracia, la libertad, la paz, el progreso, la solidaridad y los derechos humanos. Estas figuras inspiradoras guiaron unas generaciones a las que de verdad podríamos calificar como resilientes. Dudo que lleguemos a ser realmente conscientes de su sacrificio.

En 2022, el conflicto bélico ha regresado a Europa Occidental. Suenan tambores de guerra en la isla de Formosa y también en las del Egeo, según las recientes declaraciones del presidente turco Erdogan. Los regímenes autoritarios se atrincheran. Algunos de los democráticos coquetean con el iliberalismo (Sri Lanka, Filipinas, Hungría). Los extremismos, los populismos y los nacionalismos afloran sin control, recelando de la cooperación internacional y aumentando la polarización. Además, cuesta mucho reconocer líderes entre nuestros políticos. Todo desemboca en un creciente desprecio por el Estado de derecho, una falta de confianza en las instituciones y en el consiguiente deterioro democrático generalizado.

¿Acaso nos hemos olvidado completamente del siglo anterior?

Dicen con cierta sorna que la clave de la felicidad es una buena salud y una mala memoria. Creo que en este caso es fundamental conservar el siglo de la monarca británica y del impulsor de la Perestroika bien grabado en la retina.

 

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