«Tengo sed…» (Jn 19, 28)
Grita el hombre con la garganta reseca. Quiero justicia, clama la joven utilizada en los burdeles del mundo. «Pan», pide el niño con la barriga inflada de aire y de hambre. «Paz», exclama el testigo de atrocidades sin fin. «Amor», pide el muchacho solitario por ser extraño. «Casa», sueña el mendigo que duerme en un banco. «Trabajo», suspira una joven que se siente fracasar. «Libertad», escribe el presidiario en sus poemas. «Salud», recita el enfermo desde su cama… Voces de pena, voces de llanto, voces que reflejan los dolores del mundo. Hay alaridos, y también susurros, todos cargados de pena.
Tu voz en la cruz recoge todos esos aullidos de la humanidad rota. Y no hay explicación. No hay sentido. No hay justicia. Sólo un grito más: «Basta ya».
- ¿Es mejor ser sordo? ¿O atreverse a escuchar?
- ¿Qué gritos escuchas tú? ¿Cerca? ¿Lejos? ¿Qué hacer?
Para leer:
Como el león llama a su hembra,
y cálido al aire da
su ardiente dentellada,
yo te llamo, Señor.
Ven a mis dientes como una dura fruta amarga.
Mírame aquí sin paz y sin consuelo.
Ven a mi boca seca y apagada.
He devorado el árbol de la tierra
con estos labios que te aman.
Venga tu boca como luz hambrienta,
como una sima donde un sol estalla.
Venga tu boca de dureza y dientes
contra esta boca que me abrasa.
Tengo amargura,
brillo como fiera de amor espesa
y de desesperanza.
Soy animal sin luz y sin camino
y voy llamándola y buscándola.
Voy oliendo las piedras y las hierbas,
voy oliendo los troncos y las ramas.
Voy ebrio, mi Señor, buscando el agrio olor
que dejas donde pasas.
Dime la cueva donde te alojaste,
donde tu olor silvestre allí dejaras.
Queriendo olerte, Dios,
desesperado voy
por los valles y montañas.
(Carlos Bousoño)