Y por la calle. Porque no sé si lo sabes, pero hay santos por todas partes. Están entre nosotros, créeme. Son aquellas personas que, día a día y con su esfuerzo, dan testimonio de Dios con sus acciones, pequeñas o grandes, haciendo de ello oración.
Hay santos en tu casa. Santos que lo dieron todo para que fueras quien eres hoy. Santos que saben guardar tus secretos, que te prestan el hombro cada vez que necesitas llorar y ríen contigo cuando la vida explota de gozo. Santos que te traen la alegría más sana y verdadera, que te aconsejan, que te toman de la mano y te llevan a “casa”.
Hay santos barriendo las calles, haciendo el pan cada madrugada para que lo tomemos calentito. Santos que defienden a los más débiles; santos que protegen; santos que sanan y acompañan; santos que enseñan y educan; santos que salvan; santos que hablan de la belleza, de la verdad y del bien; santos que inspiran…Quizás se sentó hoy uno contigo en el autobús, o te cruzaste con él en una esquina, o te atendió en el bar… Son los “santos en las pequeñas cosas”.
Y también están los Santos que dedicaron su vida a dejarse hacer por Dios, llevando el mensaje de Jesús a todas partes, especialmente a los más pobres. Santos cuyo amor a Dios les hizo pasar por sus propias cruces. He de decir que, cuando la fe se me ha tambaleado alguna que otra vez, recordar a los Santos y Santas de Dios me ha ayudado mucho. Pensar que hubo gente, mucha gente, que, a lo largo de su existencia, hizo de su vida misión, fortalece mi fe cuando ésta se pone a temblar.
Por tanto, ¡celebremos el Día de Todos los Santos! Los que pasaron por el mundo, los que viven en él, los que están por venir. Son esos pequeños faros que, cuando todo se agita, te dicen: «No te pierdas, es por aquí, es por aquí».



