«Son ganas de complicarse la vida». «Total, al final no sirvió de nada». «¿Te crees que vas a cambiar el mundo tú solito?». «Va buscando destacar, que le vean, salir en el periódico». Estas son algunas de las reacciones más comunes que se han dado ante la reciente noticia de un bombero que se negó a dirigir el obligatorio retén de seguridad para una operación de embarque de 4.000 bombas con destino a Arabia Saudí en el puerto de Bilbao.(ver aquí la noticia) Se negó para no ser cómplice de las matanzas de civiles que causan los bombardeos sobre Yemen, según alegó antes sus superiores. La consecuencia de su objeción de conciencia ha sido la apertura de un expediente disciplinario por incumplimiento de susfunciones.

A día de hoy parece inevitable ser cómplice. Hemos asumido nuestra parte de culpa en el mal que asola ciertas partes de nuestro mundo. Nos hemos acostumbrado a ser pequeños engranajes de una estructura de violencia que creemos más grande que nosotros mismos. Nos repetimos que nada va a cambiar por nuestra sola acción. De hecho, según como nos situemos, la actuación de este bombero nos recuerda que es así. Las bombas llegaron a su destino, quizás incluso ya hayan empezado a usarse.Entonces, ¿no hay alternativa? ¿debemos claudicar, sin más?

La actuación del bombero nos resulta difícil de asumir, quizás porque tiene un punto de voz profética que nos incomoda. Nos recuerda que sí tenemos elección, que es posible, a veces, salirnos del sistema y romper la cadena de montaje. Que, en el fondo, ser cómplice es también una opción

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