Esta canción, que con todas mis obsesiones sorrentinianas tanto me recuerda a la banda sonora de Fue la mano de Dios, parece apuntar al mismo lugar que entonces apuntó Paolo (aunque la referencia pueda ser distinta, porque cada uno con sus deidades es muy caprichoso).

Parece que Dios ha tocado su obra a partir de sus entrañas, porque si algo ha hecho Rosalía ha sido abrirse en canal y crear una auténtica maravilla. Sin vergüenza, llamando a las cosas por su nombre (o al menos llamando a Dios “Dios”) en una época en la que el eufemismo gana puntos por no perder adeptos. Y es que yo siempre digo que si en la belleza está Dios, más lo está en todas aquellas cosas que alguien crea en su nombre.

Reliquia deja entrever, según comentan los expertos del cuore, una ristra de desamores de forma fácilmente descifrable para darles la estocada final. La realidad es que cuenta, tal y como canta (realmente bien, la condenada), que su corazón nunca ha sido suyo, que siempre lo ha dado y, por lo visto, lo dará. Y que ella no es una santa, pero que está bendecida. Hay entrega, hay asunción y hay agradecimiento. A mí, si me preguntan, al final de nuestros días deberíamos tener bien aprendidos esos nombres.

La entrega tiene tanto de Dios como tuvo en el Calvario o como la tiene en el hospital la mano de una madre ahora sostenida por un hijo (sin hacer comparaciones odiosas, porque cada uno ha de entregar lo que buenamente tiene). E imagino que, una vez que sabes que dar una parte de ti nunca es perderla, llegas a un punto en el que no es que todo te dé igual, pero lo importante realmente lo has entendido.

La asunción de que no somos santos es una forma de reconocernos. Y si a esa aceptación le unes otra más, que es que Dios nos quiere sobre todas las cosas porque todo lo bueno que tenemos viene de su mano, el agradecimiento se manifiesta, en este caso, en forma de canción. Y qué canción.

Dejar trozos de ti en los demás es una forma de vivir magullado y lleno de cicatrices, pero te hace comprender que no hay otra forma de vivir. Y ya no es porque no te quede más remedio; es que, dime tú, entonces, ¿de qué vas a hablar, de qué vas a saber y cómo vas a sentir en un camino impoluto? La entrega, por la senda llena de barro, nos forja y da todos los matices que alguien necesita para ser realmente feliz.

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PastoralSJ
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