Un manojo de perdón

«Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo» (Lc 15,21)

Que eso es la penitencia… saber mirar hacia dentro y ser conscientes de que hay bastantes cosas en nuestra vida que necesitan ser convertidas, transformadas. Saber que, entre el orgullo de creer que se puede ser perfecto, y la necedad de aceptar que todo vale, cabe un camino intermedio: saberse frágil, pero al tiempo desear luchar. Saberse pecador, y sin embargo desear una y otra vez construir el reino y combatir el mal que hacemos, con palabras, silencios, críticas, dejadez (cada quién sabe). Y tener el valor de mirarse en un espejo interior, y pedir perdón por lo que se haya hecho mal. Pedir perdón con el compromiso de cambiar (o intentarlo). Pedir perdón, porque sólo quien se siente reconciliado es capaz de acoger la limitación propia y ajena. Pedir perdón, porque no todo vale, y porque demasiadas cruces en nuestro mundo tienen que ver con la ceguera para percibir el mal.

• ¿Tal vez es este tiempo de cuaresma una ocasión para pedir perdón por algo? ¿A Dios?
• ¿Y a alguien más?

El enemigo

 

Nos mira. Nos está acechando. Dentro
de ti, dentro de mí, nos mira. Clama
sin voz, a pleno corazón. Su llama
se ha encarnizado en nuestro oscuro centro.
Vive en nosotros. Quiere herirnos. Entro
dentro de ti. Aúlla, ruge, brama.
Huyo, y su negra sombra se derrama,
noche total que sale a nuestro encuentro.
Y crece sin parar. Nos arrebata
como a escamas de octubre el viento. Mata
más que el olvido. Abrasa con carbones
inextinguibles. Deja devastados
días de sueños. Malaventurados
los que le abrimos nuestros corazones.

 

(José Hierro) 

PastoralSJ
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