
Prepararse por fuera
«¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: "Ya reina tu Dios!"» (Is 52, 7)
¿No es este un tiempo para la esperanza? Pues esperemos, pero no sentados sino bien vivos, bien activos, amando. Esperemos que mejoren las vidas de quienes nos rodean. Esperemos que los solitarios tengan este año alguien que les recuerde (¿tal vez podemos llamar, escribir, cuidar a los más descuidados?). Esperemos que se encienda alguna luz de ilusión en espacios de sombra (¿tal vez yo pueda encender alguna?). Esperemos que en medio del vértigo y de tantos preparativos alguien se acuerde de que Dios viene. Esperemos que haya más besos y menos golpes, más risas y menos ceños fruncidos, menos broncas y más reconciliaciones. Y digámoslo. Y cantémoslo. Y vivámoslo. Que el Dios que sigue viniendo es la fuente de la alegría profunda.
Sin caer en voluntarismos innecesarios, ¿Puedo 'preparar' mi mundo, o la parcelita que me toca, en estas semanas? ¿Qué puedo hacer para que se note esta venida? En mi familia, o en mi comunidad, en mi lugar de trabajo, o en los contextos en que me muevo…
Esperaré
Esperaré a que crezca el árbol
y me dé sombra.
Pero abonaré la espera
con mis hojas secas.
Esperaré a que brote
el manantial
y me dé agua.
Pero despejaré mi cauce
de memorias enlodadas.
Esperaré a que apunte
la aurora
y me ilumine.
Pero sacudiré mi noche
de postraciones y sudarios.
Esperaré que llegue
lo que no sé
y me sorprenda.
Pero vaciaré mi casa
de todo lo conquistado.
Y al abonar el árbol,
despejar el cauce,
sacudir la noche
y vaciar la casa,
la tierra y el lamento
se abrirán a la esperanza
Benjamín G. Buelta, sj


