Desencuentros

Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡Dios te libre, Señor! No te sucederá tal cosa». Él se volvió y le dijo a Pedro: «¡Aléjate de mí, Satanás! Quieres hacerme caer…» (Mt 16, 23)

Luego es verdad que somos distintos. Que hay un punto de unicidad, de intimidad, de soledad en toda vida. Hasta en las parejas más unidas. Hasta en las historias de amor más recíprocas. Cada quién necesita sus espacios. A veces duele ese no poder poseer a los otros, ese no poder aferrarlos. A veces parece que se rompen los puentes que unen nuestras orillas: una bronca, una mala palabra, alguien que te falla –o a quien fallas…– La vida es, en todo caso, una interesante escuela para no convertir las distancias en abismos insalvables. Y la fe ayuda a volver a abrir los brazos.

  • ¿Hay puentes rotos en tu historia?
  • ¿Hay desencuentros? ¿Qué has aprendido en ellos?

Canta

 

Y me pesó tu dedo
lo mismo que un gran manto
de hierro
que pendiera
de mis desnudos hombros.
Y me pesó tu dedo
cuando me señalaste el corazón -esta mañana-,
mientras el aire,
el aire enrarecido de mi alcoba,
volteaba un sonido:

 

Canta

 

Y quise huir. Temí. Me encogí hasta el abismo
de la angustia,
porque pesaba mucho tu palabra:

 

Canta

 

Déjame como siempre
volar por la palabra. Libre. Suelta.
Que yo te cantaré como hasta ahora.
Pero no vuelvas a decirme:

 

Canta


(Elvira Lacacci)

 

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