
Somos ricos
«Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros» (2Cor 4, 7)
Parece que para saltar de gozo te tiene que tocar un millón de euros, una lotería o un viaje... O tienes que conseguir un ascenso, o quizás te conformas con que tu equipo del alma obtenga un triunfo resonante y te dé un alegrón... También puedes disfrutar mucho cuando hay fiesta y algazara.
Pero, ¿de verdad no hay fuentes mucho más cotidianas para la alegría? ¿No es importante el detenerme a mirar a mi vida con gratitud? Quizás una clave de esta pascua pueda estar en reconocer tanto bien como he recibido… Familia, amigos, amor (no siempre fácil, pero ¿quién dijo que lo fuera?), talentos, defectos –que afortunadamente me hacen humano y vulnerable–; historias –en las que he aprendido tanto–; trabajos y descansos, palabras prestadas que me han hablado de Ti, proyectos –aunque no siempre hayan salido bien–; ternura –a veces–; sueños, un techo y un plato caliente cada día –que tantos querrían–; tu evangelio como un canto que me atraviesa; dudas y certezas… Gracias.
¿Cuáles son mis riquezas?
Las recorro despacio y en acción de gracias estos días.
Desde este desierto de mi piso
De este manantial de soledad exterior,
me brota continuamente
el agua clara de la paz;
el silencio interior me acaricia
como no sabe hacerlo ningún humano.
El silencio interior se manifiesta
y me escucho,
–aunque oigo también
los mil ruidos de la autopista
a la que dan mis terrazas–
desde mi celda,
entre el asfalto y las golondrinas
trenzo el puente invidente
por el que paso a meditar,
que no puedo prescindir aún de las personas
de este mundo que me rodea,
que me conoce
–o que no me conoce–,
que me adula
o hiere
o ama
o envidia.
Desde este desierto de mi piso
amo en soledad a todos
y rezo un poema por los analfabetos del amor.
Gloria Fuertes