La fuerza se realiza en la debilidad

«Llevamos este tesoro en vasijas de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros.» (2 Cor 4, 7)

 

No es más fuerte quien no llora, o quien no tiembla, o quien no vacila. No es más fuerte quien más grita o quien menos duda. No es más fuerte quien golpea con más contundencia. Es fuerte quien está dispuesto a arriesgarse, aunque en el camino el corazón se le atraviese una y mil veces. Quien se atreve a hablar en tiempos de silencio. A ser tenido por idiota por aventurarse a amar sin medida. Porque quien así vive y actúa no tendrá mucho descanso, pero sí una vida intensa, y apasionante, y apurará la humanidad en sí mismo y en los otros.

Enséñame a arriesgarme, Señor.

No me dejes refugiarme en terrenos seguros, en espacios cómodos y fáciles.

Ayúdame a sonreír cuando la vida me pueda.

El camino del amor 

 

Cuando te llama el amor, síguele,
aunque sus caminos sean ásperos y empinados.
Y cuando sus alas te envuelvan, entrégate,
aunque te pueda herir la espada oculta entre sus plumas.
Y, cuando te hable, créele,
aunque su voz perturbe tus sueños
como arrasan el jardín las ráfagas del viento norte.
Pues, a la vez, el amor te corona y te crucifica.
A la vez, él te hace crecer y te poda.
Y mientras te eleva a las alturas y acaricia
tus más tiernas ramas que tiemblan al sol,
baja, también, a tus raíces y las sacude
para que no se agarren a la tierra.
Te desgrana para sí como a granos de maíz, 
te trilla hasta dejarte desnudo,
te aventa para limpiarte del salvado,
te muele hasta la blancura,
te amasa hasta dejarte dúctil.
Y luego te manda su fuego sagrado, 
para que te conviertas en pan sagrado
para el sagrado festín de Dios,

 

Kahlil Gibran