Líbrame de la queja

«Dentro de mí mi corazón se acaloraba, de mi queja prendió el fuego y mi lengua llegó a hablar» (Sal 39,4)

Es tan fácil encontrar pegas… Instalarse en la protesta por sistema, poner siempre “peros”. Y lo llamo rebeldía o capacidad crítica. Y me convenzo de que es una manera de ser coherente. Y siempre encuentro razones para ver las sinrazones de los otros. Y en el proceso mis problemas se inflan hasta el infinito mientras los males de otros se desdibujan. Me quejo de soledad o de compañía, de ruido o de silencio, de trabajo o de aburrimiento. Dame, Señor, lucidez para acoger la vida, para valorar lo que tengo, para afrontar con hondura los problemas reales, pero despachar con libertad los lamentos pueriles. Enséñame, Señor, a mirar como tú. 

¿Me quejo a veces en exceso? 

¿Soy capaz de equilibrar queja con gratitud?

El otro llanto

 

No me dejes llorar 

lágrimas tramposas

cuando solloza el mundo 

heridas viejas

y tragedias nuevas.

No me dejes gritar 

por agravios fútiles,

que hoy la injusticia

hiere a niños y grandes

con metralla y muros,

silencio y hambre.

No me dejes hurgar 

en mis penas,

como si no hubiera otras.

No me dejes 

ciego

sordo

mudo

a ese otro 

que sólo anhela 

un poco de amor.

 

José María R. Olaizola, sj

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