Tierra de hábitos

«Me pondré de centinela, haré la guardia oteando a ver qué me dice, qué responde a mi reclamación» (Hab 2, 1)

Luego toca despertar. Saber que, si bien uno debe hollar la tierra de los sueños, también ha de caminar por este otro suelo de lo cotidiano y lo real, donde no todo se siente intensamente ni todo es profundo, apasionante y espectacular. Es este otro terreno hecho de rutinas y dinámicas familiares. Donde hay menos aventura y más silencio, donde la entrega es callada, donde las gentes (reales) a veces me gustan y otras me enervan –y sospecho que lo mismo dirán de mí–. Esta tierra donde hay horas baldías, tardes aburridas, trabajo monótono –que a veces me parece insignificante–, deseos insatisfechos e ilusión aterrizada. Esa tensión, entre el sueño y la realidad, define mucho de mi vida. Y sospecho que así está bien.

¿Cuáles son mis rutinas, mis vivencias grises, mis horas "insignificantes"?

¿Me vence a veces el desánimo?

Si lloviera

Hasta la boca, hasta los mismos labios,
vertiéndose, derramándose,
como una nube…
¡Dios, cuánta amargura
se junta en ocasiones en el pecho!

Hay que dejarlo atrás:
soñar es sólo un lujo de los privilegiados.
Aquí no hay más que tierra,
tierra. Me sabe a tierra la saliva
y la nariz no aspira sino polvo.
El hombre, aquí, con su problema,
con su carga de tierra en los tirantes…

Si lloviera…
Si lloviera...
El agua,
el agua es lo que importa.
Una tormenta fuerte, grande,
que se llevara este sabor a polvo,

esta tribulación que sale,
sin merecerlo, a veces, por la boca.

El agua…
El agua…
El agua..
.
¡Si lloviera
podríamos sembrar algo de amor!.

(Nicolás del Hierro)

 

 

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