Ante Dios, yo

«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano» (Mt 8, 8)

 

Quizás a muy pocas personas les dejamos entrar en nuestra intimidad más profunda. Compartir, si no todo, al menos mucho… Conocernos en nuestras contradicciones, en las incoherencias, en las frustraciones y los anhelos, en los miedos y las esperanzas más hondas, dejarles ver aquello que nos enorgullece y también lo que nos asusta o avergüenza.  Es importante dejar entrar a Dios en esa trastienda… Donde nuestra verdad es frágil y fuerte a un tiempo. Donde no hay que andar con justificaciones ni explicaciones… donde la comunicación es mucho más sencilla, y consiste en dar las gracias y reir por lo que de verdad te alegra, o pedir ayuda, o dejarse consolar, o sollozar cuando estás roto; y saber que no estás solo… Es ahí, en ese espacio, donde Dios puede enraizar en mi vida, y sanarla, y convertir mi corazón en corazón de carne.

¿Ante Dios rezo desde esa intimidad más honda?

¿Qué le pido o de qué le hablo cuando me siento más desnudo ante él? 

Barro

 

Como un ánfora de barro mi corazón se llena

cada día de Ti. Cada día que pasa

más y más Tú te adueñas de mi frágil vasija

dándome desde adentro tu luminosa altura.

 

Mi voz tan quebradiza atalaya las tuyas.

Estoy marcado en medio del alma  por tus manos,

Alfarero tan íntimo, arcilla de los arroyos

que me salpican siempre melodiosos cantares.

 

¡Qué frágil es mi barro para que Tú lo mires!

Qué fuerte tu ternura para que no me raje.

Cómo sabes amarme sin que yo me haga añicos.

Sólo Tú me has cocido para tenerte dentro.

 

Señor, hasta los bordes de mi arcilla  pequeña

lléname cada aurora de tu luz infinita.

Que no quede ni un hueco de mí mismo jamás

para otra sed distinta de la tuya. Dios mío.

 

Valentín Arteaga

 

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