Imagínate un padre y un hijo que lo comparten todo: comen, juegan, rezan… viven juntos con un amor enorme. Con el tiempo, el hijo se va distanciando. Ocho años después, vuelve y descubre que su padre siempre le estuvo esperando. Desde entonces, cada vez que ve a un padre con su hijo, cada vez que vive algo bueno, no puede evitar acordarse de él.

Algo parecido nos pasa con nuestro Padre. A veces, queriendo o sin querer, nos alejamos de su amor y de su compañía. Incluso sin alejarnos del todo, podemos tener una imagen incompleta o equivocada de Dios. Por eso, en nuestro caminar, es importante re-conocer a Dios: volver a mirarle, a escucharle, a descubrirle otra vez. Re-conocerle no es repetir lo que ya sabíamos, sino abrirnos a una comprensión más profunda, dejar que nos muestre quién es y cómo nos ama.

La pregunta es personal: ¿cómo vas a re-conocerle tú? Si te has alejado, ¿cómo vas a volver a encontrarte con Él? Leer la Palabra es un buen camino: allí Dios mismo se nos revela y nos enseña. Pero también podemos re-conocerle en los acontecimientos de la vida, en los pequeños gestos de quienes nos rodean, en los momentos sencillos del día a día.

Re-conozcamos a Dios mientras caminamos, mientras vivimos. Él siempre está ahí, esperando, como un Padre fiel que nunca se cansa de nosotros.

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