El mundo que viene no es mundo. En él no pisas el suelo ni levantas la vista mientras experimentas el calor del sol o las gotas de lluvia golpear tus labios. Recuerdo mientras escribo esto cómo de pequeñito pasaba mis veranos en un pueblo de Galicia; recuerdo a mi abuelo Joaquín haciendo sus tareas y a mi abuela Aurora haciendo que nunca faltase de nada, organizando a una tropa de nietos; recuerdo la niebla de la mañana que daba paso a un día de sol –¡otro milagro!–, el olor a eucalipto, la arena entre los dedos de los pies mientras volvíamos de la playa con la toalla sobre los hombros y la insufrible cuesta hasta llegar a casa.
Todo aquello era muy real. Tanto, que mi hoy ha sido edificado sobre esos recuerdos. Y soy eso. Todos los que ahora leemos estas líneas tenemos los nuestros que han fundado lo que hoy somos.
Pero dejando el mundo nostálgico, podemos abrir la mente a un mundo que viene… –ya está aquí– que no sé si es real. Yo no estoy en él. Pero hay mucha gente que sí. Personas reales que están intentando vivir ahí dentro al mismo nivel de realidad en el que vivo yo. Gente que ha encontrado una segunda oportunidad para sus vidas detrás de unas gafas de realidad virtual.
Nos parecía que las nuevas generaciones no se despegaban del móvil. Viene un tiempo en el que ya no abrirán una app compulsivamente sino que vivirán dentro de ella. Hoy se llama Metaverso y después vendrán otras cosas.
Hacia esto nos dirigimos, y la cuestión no es solo si está bien o está mal, sino cómo responderemos. Solo hay una respuesta: sin miedo. La Iglesia se ha caracterizado en toda su historia por estar revestida de esa parresía que le ha llevado a no huir de las dificultades. No ha habido un lugar, por muy incómodo u oscuro que sea, que se haya resistido a la evangelización y a que un cristiano encendiese allí la llama del Evangelio. También allí tendremos que anunciar la belleza de la vida, apasionadamente real, que Dios nos ha dado. También allí anunciará la Iglesia que Dios se ha hecho carne y que también Él –sin miedo– lleva polvo entre sus dedos.