Los hijos de Zebedeo se enredaron en una discusión curiosa: quién sería el más importante en el Reino de Dios. Y, la verdad, no estamos tan lejos de ellos. Porque, aunque no lo digamos en voz alta, seguimos midiendo muchas veces la importancia por los puestos que ocupamos, por las cosas que hacemos… o, sencillamente, por lo apretada que está la agenda.
El problema es que acabamos creyéndonos que cuanto más hacemos, más valemos. Y ahí empieza el engaño. El “hacer, hacer, hacer” como si la vida fuera una carrera de productividad sin meta clara. ¿De verdad somos únicamente nuestras tareas? ¿Nuestro currículum, cargos o títulos? Si así fuera, estaríamos todos un poco vendidos…
San Ignacio, en sus Ejercicios, nos invita a algo distinto: “reflectir para sacar provecho”. Es decir, dejar que lo que rezamos, lo que contemplamos, nos toque la vida. No se trata de acumular oraciones como quien suma horas extras, sino de descubrir qué cambia en mí cuando miro a Jesús. Y si de verdad queremos aprender de Él, conviene recordar que su agenda no estaba precisamente llena de compromisos.
En Betania se lo dijo claro a Marta: lo importante no era tanto acumular cosas hechas, sino estar. Estar presentes, disponibles, atentos. Como los abuelos que esperan a que los nietos vayan a verles. Como María, que siempre tiene tiempo para escucharnos. Como Dios, que nunca falla porque siempre está.
Quizá la pregunta sea sencilla: en medio de nuestras prisas, ¿sabemos también estar?