Estos días se habla mucho de algunos políticos y funcionarios que se han aprovechado de su cargo para colarse en la cola de vacunación. Aunque la proporción es baja y no todos los casos son iguales, esto sigue siendo muy grave, porque son ellos los responsables de que esa cola se cumpla con justicia y eficacia, y más cuando se trata de una urgencia sanitaria y las dosis llegan por goteo. Lo que muestra esta situación es que nos queda mucho por avanzar en la idea de comprensión del bien común como sociedad, en la honestidad de los que lo deben custodiar y que la amenaza del individualismo sigue llamando a la puerta.
Total, siempre se puede justificar con el comportamiento lamentable de otros que roban mucho más, en la responsabilidad de un cargo o en lo difícil que está la vida. Pero yo me pregunto qué pasará por la cabeza del que se ha vacunado antes de tiempo, si alguna vez han pensado en el anciano de noventa y pico años que todavía está esperando que le llamen o cuál es la forma de ver el mundo que te lleva siempre a salir favorecido por un sistema a priori justo. Quizás sería más fácil si antes de actuar así la gente se hiciera esta pregunta: ¿qué pasaría si todo el mundo hiciese lo mismo?
Es posible que a todos nos pese el cansancio y que el entusiasmo que nos llevaba a enarbolar la bandera de la solidaridad haya mutado en un espíritu del sálvese quién pueda. Aún así no podemos dejar que el virus del egoísmo se propague como si fuera la cepa británica y tire por la borda parte del aprendizaje hecho a base de sacrifico, sudor y lágrimas. Al menos, creo que no saldremos nunca adelante si cuando surge una oportunidad –y la vacuna lo es– la pregunta sea: ¿y qué hay de lo mío?