Se nos presenta un invierno difícil en lo que a lo económico se refiere, eso no nos lo quita nadie. Todo sube: precios, gas, gasolina, hipoteca… todo menos los ánimos, especialmente para los que andan con el agua al cuello.
Hay personas que se levantan cada mañana con la pregunta: ¿qué voy a poner de comer hoy? Eso, los que pueden permitirse comprar algo, pero, ¿y los que no? ¿Qué pasa con los que, no es que no llenen la cesta de la compra, si no que no pueden llenar el estómago?
En mi barrio existe un comedor social que regentan unas religiosas y que da de comer diariamente a más de doscientas personas. Almuerzo y cena. Y todo aquello que puedan necesitar. Ni siquiera paró durante el confinamiento. Se equiparon de mamparas de plástico, mascarillas, guantes, trajes sanitarios… Cada quien que fue recogió su comida caliente, su bebida, su postre y la cena. Y mucho cariño en forma de palabras de ánimo, de preocupación, de interés, de consuelo. Llamando a cada uno por su nombre, conociendo de cada uno su dolor.
¿Y qué me dicen de las bolsas de alimento? Voluntarios que recogen comida en las puertas de supermercados y grandes superficies para poder atender a familias enteras que encuentran en ellos una llamita de esperanza que salve su jornada.
Y Cáritas, que está al tanto de las necesidades del barrio. A ti te pago la bombona de butano que te hace falta, a ti te arreglo los papeles de la Seguridad Social para que puedas cobrar el paro, a ti te ayudo en el alquiler, a ti te visito cada noche en tu rincón de la calle donde has hecho tu dormitorio, contra viento y marea, y calor, y gente que les ignora, les insulta y hasta les ataca.
Tantas, tantas personas que hacen de la entrega a los demás su vida entera. Y no porque toque atender esa situación (que ya veremos mañana a cuál acudiremos), sino porque hicieron suyo aquel mensaje de la multiplicación de los panes y los peces.