Hace unos días aparecía, en un diario, una noticia con el llamativo titular: «Y Vox se topó con la Iglesia». En dicha noticia se cuenta que el sacerdote que presidió el matrimonio de Santiago Abascal ha sido reprendido por su diócesis por posicionarse en un periódico local a favor de su partido. Y así, los responsables de su sede eclesiástica le han recordado que «Ningún sacerdote puede presentarse ante la opinión pública manifestando su apoyo a una opción política».
Y es que la separación de la Iglesia y el Estado fue un avance muy grande, que hizo que, aunque la primera perdiera poder, paradójicamente ganase en libertad. Sin embargo, parece que algunos todavía piensan que existen partidos que son los oficiales de la Iglesia Católica, y otros que no lo son, teniendo los creyentes que ajustarse a ello. Pero la realidad no es así, ya que, por muy afín que pueda parecer un partido político a la causa eclesial, lo cierto es que ninguno acaba de casar del todo con el mensaje del Evangelio de Jesucristo. Por poner un ejemplo, hay quien podría argumentar que la ‘moral de derechas’ es la más cercana a la eclesial, mientras que la ‘política social de izquierdas’ sería la que más coincide con los valores del catolicismo. Por lo tanto, creo que merece la pena quitarnos de la cabeza la idea de identificar unos partidos como católicos y otros como no. Ahora bien, ¿quiere decir esto que los cristianos no pueden preferir un partido u otro, o incluso militar en ellos? Más bien todo lo contrario, desde su libertad y su conciencia los cristianos están llamados a implicarse en la política en mayor o menor medida, según sus posibilidades.
Sin embargo, creo que en el caso de los religiosos y los sacerdotes, la cosa cambia. No se debe olvidar que una de sus funciones principales es la de ser ‘curas’, es decir, estar al cuidado del pueblo de Dios. Y por ello, un sacerdote, antes de hacer declaraciones públicas, debe tener en cuenta que entre los cristianos que se corresponden a su parroquia o institución seguramente hay gente de todas las ideologías políticas. Por tanto, el sacerdote no debiera contribuir con sus palabras públicas a generar división, o a impulsar a sus fieles hacia un partido u otro, sino, más bien insistir en mostrar el evangelio, y ayudar a que las personas decidan, en conciencia, cuál es aquel programa que creen mejor o más necesario en un momento determinado.
Con todo, creo que también podemos caer en el extremo contrario (y en nuestra sociedad lo hacemos constantemente), y pensar que los sacerdotes y religiosos no pueden tener preferencias políticas o sentir simpatías frente a un partido. Creo que no hay nada malo en que cuando un sacerdote está en un ambiente de confianza, en familia, o con sus amigos, pueda hablar de política, o discutir y contrastar a los demás. Puesto que, al fin y al cabo, los sacerdotes no dejan de ser personas.
Por todo ello, creo que a nuestras todavía joven sociedad democrática y a nuestra Iglesia española, le queda todavía mucho que aprender. En primer lugar, en lo que a las declaraciones públicas (o silencios) de los sacerdotes se refiere, en materia de partidos políticos, nacionalismo, separatismo, voto etc. ¡Hace falta mucha más prudencia, mucho más silencio y mucha más formación de las conciencias! Y, en segundo lugar, en lo que a las conversaciones informales de religiosos (y quizá cristianos en general) se refiere.