En un pueblo remoto de un país que la mayoría no sabe localizar sobre un mapa hay un jesuita disponible como médico las 24 horas del día. Es uno de los mejores médicos que he conocido en mi vida. Y así lleva unos 30 años, en un hospital en el que a veces tienen que poner a tres niños en una misma cama.
Tuve el absoluto privilegio de poder escuchar su testimonio. Contaba alegrías y horrores, obstáculos, logros y fracasos. Entre sus andanzas dijo: «Muchos cooperantes vienen por aquí, están un tiempo y luego se van. Nunca duran y, ¿sabéis por qué? Porque no tienen una fe profunda». Más adelante, una de mis compañeras le preguntó si era feliz, a lo cual él respondió: «Profundamente».
Las palabras adquieren un matiz distinto cuando se les añade un «profundo» detrás. Siempre me ha parecido que pensar algo y pensar algo profundamente son cosas distintas. Señor, te pido los ojos y el corazón para buscar esa profundidad en las cosas importantes de la vida.